POR UNA CUCHARADA DE SOPA

Osman Cortés Argandoña

"De todas las artes, el cine es la más importante", señaló Lenin a principios de la década del veinte. Precisó así lo que ahora no se discute. El revolucionario tenía las ideas claras. Rusia es una nación inmensa y por ello, inmensamente desconocida. Los rusos asiáticos nada sabían de la existencia de los rusos europeos, por ejemplo. Llamó a los cineastas que ya estaban trabajando incipientemente en la época de los zares. Antes de la revolución de octubre de 1917 se filmaban alrededor de 40 cintas anuales.

Todos acudieron a la cita. Eisenstein, Pudovkin, Vertov, Alexandrov, los hermanos Vasiliev. "Señores, necesitamos hacer un cine para el pueblo, donde los rusos comencemos a conocernos, donde los rusos nos integremos para entender lo que hemos hecho desde octubre de 1917", les espetó Lenin.

Y surgieron las películas revolucionarias que entregaron respeto a la creación rusa hasta nuestros días: "La huelga", "La Madre", "El hombre de la cámara", "Octubre", "La línea general", "Iván, el Terrible", entre muchas otras.

Y la mayor obra maestra de todas, "El Acorazado de Potemkin". Con su montaje de atracciones, Sergei Eisenstein nos entregó una epopeya sublime del empuje del pueblo y de la unidad de los seres humanos ante el vasallaje, la opresión y la dictadura.

Vakulinchok muere al encabezar la rebelión en el Potemkin. La marinería se negó a comer carne putrefacta que es una simbología del despotismo de la oficialidad zarista. Por una cucharada de sopa es asesinado Vakulinchok. La rebelión cunde en la nave y en el embarcadero de Odesa con una niebla presagiante filmada accidentalmente por el fotógrafo Tissé.

De allí ya entramos en la historia de las más fundamentales imágenes que nos haya entregado el cine mundial. El cine es arte porque existe "El Acorazado de Potemkin". Sin exageraciones ni meritocracias. Allí está el poder de la imagen. De esos primerísimos primeros planos de rostros señeros que dieron la vuelta al mundo cargados de humanidad, pasión libertaria e ira iracunda.

 El ayudante de Eisenstein, Gregori Alexandrov, escribió sobre el estilo del maestro que tenía 27 años cuando realizó Potemkin: "Eisenstein quiso eleborar una teoría del montaje de atracciones porque estaba persuadido de que lo que cuenta para el espectador es la impresión, es el efecto. No tanto La justificación sicológica de la acción; no tanto la lógica en sí, cuanto el efecto que quería obtener por medio del montaje". ( "Cine y Revolución" de Luda y Jean Schnitzer y Marcel Martín. Edición 1974. Argentina. Pag. 60).

Importante es esta otra aseveración de Alexandrov: "Parece que las cualidades del Acorazado dependen en buena parte de la percepción viviente de la realidad ambiental".

Eso demuestra que los guiones nunca deben determinar la película total. Es la realidad la que va formando el esquema definitivo hasta desembocar en el montaje que se efectúa en el laboratorio. "La película se hace en el laborarorio", precisó a fuego Eisenstein.

Copiapó, 3 de diciembre de 1998