Ese fenómeno Casablanca. Esos queridos lugares comunes.
Osman Cortés Argandoña
No es una gran película. No es una obra maestra. Es una buena película. Bien realizada por ese artesano Michael Curtiz. Poco de aquello conocía cuando nos deslizamos en la galería del Cine Alhambra después de escaparnos de la tediosa clase de Inglés del gringo Meder una tarde de primavera en ese Copiapó del recuerdo con un Liceo de Hombres prestigioso.
Junto al Pepe Navarro, al Quico Carmona y al Juan Schilling recibimos el impacto de "Casablanca" en la oscuridad del cine legendario, escenario de nuestros sueños de niños y jóvenes. Desde esa emblemática tarde de principios de la década del sesenta quedé marcado para siempre por la magia de Marruecos,por la mirada entre ingenua y sensual y la sonrisa que emanaba de esos labios turgentes de Ingrid Bergman; por los gestos definidos y perdedores de un Humphrey Bogart; la dicción germanófila de Conrad Veidt; la canción reiterativa" Según pasan los años" que interpreta Sam para ese Rick que no se convence que el amor verdadero puede desintegrar el corazón las oportunidades que se le ocurra.
Desde ese momento mágico en mi vida tengo que ver "Casablanca" cada cierto tiempo. Es algo irresistible. Supera mis capacidades intelectuales para desembocar en repetitivas emociones en las escenas cumbres que Curtiz y los guionistas Julius y Phillip Epstein crearon para hacer producir sensaciones similares en espectadores de todo el planeta.
Nunca he dejado de emocionarme cuando Laszlo toma el mando de la orquesta y hace emerger La Marsellesa que logra apagar la canción alemana que entonan los oficiales nazis, ante la mirada iracunda de Conrad Veidt, el mayor Strasser.
Jamás Bogart fue mejor actor que cuando se derrumba sobre la mesa abarrotado de ginebra después de ver nuevamente a su amada en ese bar ( " de todos los cafés del mundo..."). Nunca Claude Rains fue más enfático que cuando arroja al canasto de la basura la botella de Agua de Vichy, despreciando el símbolo de entreguismo del mariscal Petain que sepultó las esperanzas y dignidad de los franceses rindiéndose a la bota nazi.
No he olvidado la mirada limpia de Paul Henreid, representando al jefe de la Resistencia Laszlo, consultándo si tiene algo que decirle su amada infiel. Cómo no recordar el pánico de Peter Lorre y su posterior muerte acribillado a tiros en una de las calles de Casablanca mientras observa desde el afiche de la muralla la mirada dependiente de Petain.
Es una cinta epidérmica. Esquemática y plagada de lugares comunes. Apasionadamente ingenua y profundamente efectiva en su propaganda antitotalitaria.
Emergimos mudos con el Pepe, el Quico y el Juan de la galería del Cine Alhambra. Nada sabíamos que acabábamos de ser marcados a fuego por una serie de símbolos que nos acompañarían para siempre. Seguramente que el Quico Carmona tuvo en su mente a Bogart y a Claude Rains adentrándose en la bruma del aeródromo comentando "el inicio de una gran amistad", cuando se estrelló contra un cerro guiando un avión caza el año 1967, en Iquique.
"Casablanca", debo agradecerte por esa magia que acrecentó mi pasión por el cine. Continúo buscando esos labios sensuales de la Bergman en cada mujer que he conocido en mi vida.