CASABLANCA
Ascanio Cavallo y Antonio Martínez
Del libro Cien Años Claves del Cine
Editorial Planeta,
Casablanca ha sido y seguirá siendo una obra en discusión permanente; encierra, para su beneficio, uno de los mayores enigmas del cine.
La reunión de mentes lúcidas no garantiza la calidad de una película, así como los estudios de mercado no aseguran el éxito. En el caso de Casablanca, muchos críticos han recurrido a cierta ironía porque se haya convertido en una especie de duelo intelectual, con fiscales, jueces y defensores.
Es un hecho que Michael Curtiz nunca fue un director de primera línea, aunque tampoco de segunda: se lo puede definir como el artesano eficiente cuyo destino era la burocracia del cine. ¿Revela esto la implicancia del azar en Casablanca?
Andrew Sarris ha descrito a la película "el más feliz de los accidentes felices" (Andrew Sarris: The american cinema. E. P. Dutton & Co., New York, 1968), para subrayar que en ella operó ese misterio del cine que en algún sentido lo hace en extremo democrático: hasta los peores directores son responsables de grandes películas, así como los mejores pueden hacer obras descaminadas e insignificantes.
Sin embargo, la respuesta de Casablanca puede estar en una simplicidad que por su evidencia resiste cualquier análisis profundo y desafía modas, épocas y miradas, con el único escudo de que aquí todo el mundo hizo lo que correspondía hacer, según pasan los años.
Curtiz, empleado fiel de los grandes estudios -realizó más de 100 películas con Warner- no despliega en Casablanca ni más ni menos que lo de docena de películas: filmar una historia lo más correctamente posible según las reglas clásicas de presentación, nudo y desenlace.
La presentación es un mapa de Europa que sigue una línea, mientras una voz en off explica el momento histórico: hasta Casablanca, en Marruecos llegan europeos de toda condición para embarcarse a EE. UU. Huyendo de la guerra y el dominio nazi. Luego está la policía, que busca a un fugitivo en un mercado, y el pórtico del café de Rick. La intriga ocurre en el interior de ese café enorme -con bar, sala de juegos, segundo piso, largas escaleras, sala de baile y patio interior-, engendro de una arquitectura que sólo parece posible en el sueño del cine. A ello se añade un flashback en París y un par de secuencias fuera del café, para llegar al desenlace, bañado por la bruma de un aeropuerto, con un avión que despega y se aleja de Casablanca.
Si Curtiz hizo lo que tenía que hacer, más claro aún es que cada uno de los actores confirmó, según su historia personal, lo que estaba en la memoria colectiva de los espectadores. Todos ellos tenían un molde, y no sólo no lo violentaron, sino que, potenciándolo, lo convirtieron en leyenda.
Humphrey Bogart, como "Rick" Blaine, es el hombre de rostro con pasado, torturado por el alcohol y el amor, que ha estado en medio del mundo bravo -Etiopía, la España republicana, Europa perturbada- y ya viene de vuelta. Ingrid Bergman hace de Ilsa Laszlo la mujer pétrea por fuera y dulce por dentro, que puede combinar los principios con el amor para hacer una sola y admirable pieza. El Ugarte de Peter Lorre es pequeño, nerviosos y sudoroso: hay en él ese aire de arrinconamiento moral, social y político de M. En el Victor Laszlo de Paul Henreid se construye una estatua de fe y sacrificio, mientras que Claude Rains dota al capitán Renault de lo que se puede esperar en el mundo turbio de la bruma norafricana: ironía, inteligencia, amoralidad, maldad.
De igual modo, los diálogos reafirman el carácter tópico del conjunto. Si se los reproduce en seco, dan para temblar:
- El mundo se desintegra y nosotros enamorados. |
- No tengo convicciones, me muevo con el viento. |
- De todos los cafés del mundo, ella entra en el mío. |
- Yo no lucho por nada, sólo por mí. |
- Los alemanes iban vestidos de gris. Tú, de azul. |
Igualmente perplejo, ante tal acumulación de citas y lugares comunes (en el mejor sentido del término: el popular), Umberto Eco dedujo del asombro de Casablanca un principio narrativo-lingüístico: "Dos clichés nos hacen reír, pero un centenar de clichés nos conmueve" (Umberto Eco: Travels in hyperreality. Picador, London, 1987)
Siendo esta una notable definición, ella no agota, sin embargo, el misterio de la creación, la razón por la cual un grupo de profesionales, cada cual por su cuenta, realiza única y exactamente lo que se espera de ellos. Parece simple, pero la inaudita conversión en leyenda, la inamovible instalación en la historia, demuestra que no lo es:
- Tócala de nuevo, Sam |