La sonrisa de la Mona Lisa y la odontología

Por María Gainza (este es un extracto de su artículo titulado Lee mis labios aparecido en Internet))

Las hipótesis médicas pululan: el doctor italiano Filippo Surano asegura que la Mona Lisa sufre de bruxismo, ese hábito molesto e inconsciente de apretar los dientes durante el sueño o en un pico de stress. Parece que el obsesivo Leonardo, que eternamente insatisfecho sometía a sus retratados a extenuantes jornadas de trabajo, llevó a la mujer al borde del surmenage y, bajo el cansancio acumulado, ella comenzó a rechinar los dientes produciendo la extraña sonrisa de hastío. Otro, un médico danés, sostiene que, por lo durito del gesto, se puede aventurar que la retratada padecía una enfermedad llamada parálisis de Bell, una contracción en la boca que surge debido a una aguda inflamación de los nervios faciales. La enfermedad, que según el médico afectaría el lado izquierdo del rostro de la Mona Lisa, también se reconoce –dice él– en las manos hinchadas de la mujer. Lo curioso es que la parálisis de Bell suele afligir a las embarazadas. Lo que deja picando otra hipótesis.

A veces la boquita de la Mona Lisa parece un poco forzadamente tiesa, como escondiendo algo, ¿y qué si la señora estuviera apretando los labios, regalando esa sonrisita austera, para esconder unos dientes negros, resultado del uso de mercurio en tratamientos para la sífilis? Porque convengamos que la boca abierta de par en par exhibiendo todos los dientes, aquella que inmortalizarían los políticos a lo Ruckauf, y que hoy es una marca distintiva de belleza y salud, no siempre estuvo tan reluciente.

Hasta casi llegado el siglo XIX, la higiene dental no tenía muchos adeptos. Sonreír con la boca abierta era entonces considerado una grosería -.reservada a locos o los borrachos–. El profesor Colin Jones, de la Universidad de Warwick, demostró que la primera vez que una sonrisa abierta y dientuda se presentó en sociedad fue en el autorretrato de la pintora francesa Madame Vigeé-LeBrun en 1787, donde ella apareció riendo relajadamente junto a su hija. La crítica de la época la condenó diciendo que esta actitud era algo que “los amantes del arte y las personas de buen gusto se unían para condenar..., mostrar los dientes era algo particularmente fuera de lugar en una madre”. Pero hacia el siglo XIX, gracias a las nuevas transformaciones en el campo de la odontología, sobrevino el cambio de imagen. Así El Grand Thomas, que entre 1710 y 1750, sacaba muelas con gestos dramáticos y ropajes rimbombantes frente a un público reunido en la plaza, fue reemplazado por una camada de dentistas serios que intentaban reparar –antes que extraer– los dientes. En esta línea de divague da pavor imaginar que la Mona Lisa -.de tan pero tan real que parece– un día diga “whiskeee” y nos devele a todos el misterio de esa boquita canuta.