"A LA HORA SEÑALADA: La Connotación Contestataria

Osman Cortés Argandoña

La mirada halconesca de Lee Van Cleef se expande por el pueblo desde lo alto de la colina, las manecillas avanzan sobre los números romanos del reloj, la trocha angosta del ferrocarril se pierde en el fondo de la escena esperando su carga vengativa, los tres pistoleros preparan sus armas, la silla vacía de la condena, el rostro del Marshall demuestra el miedo contenido.

Constantes de "A la hora señalada" en los planos enfáticos más demoledores que nos haya presentado el cine americano de posguerra, donde los guionistas debían encubrir sus críticas al sistema americano de vida debido a las enconadas y asombrosas audiencias realizadas por la Comisión de Actividades Antiamericanas (House Un-American Activities Committee), peyorativamente asumida como "Caza de Brujas".

Carl Foreman, sospechoso de estar aliado al comunismo internacional, espanto generado por la Guerra Fría, debía protestar con lo que sabía hacer: guiones de cine. No podía establecer su historia en el tiempo real. Trasladó la idea al oeste, donde la Ley del más Fuerte, refrendado por los famosos Colts, podía ofrecer un escenario propicio para la patria del New Deal (Nuevo Acuerdo). No por nada Foreman, con la anuencia del director Zinnemann, ubica las primeras imágenes enfáticas con el mítico actor Van Cleef y su mirada cargada de odio hacia el pueblo desde lo alto de la colina, junto a un árbol seco de vida. Los tres pistoleros descienden sobre la comarca como seres alados, como tres jinetes del apocalipsis, esperando al cuarto hombre.

Los pusilánimes habitantes del pueblo están en peligro. Pero la unidad es solamente para aquellos que entienden de conciencia y no para esos que usufructúan de los que dan la cara en todo tipo de circunstancias, sin variar los esquemas existenciales a su antojo. La verdad es una y no esa de allá y esta de aquí.

El Marshall estima que es hora de empezar una nueva vida. La vida familiar a la que también deben acceder los indispensables. Pero su deber, su honestidad, su conciencia clara que a la violencia y al poder dictatorial de las armas es preciso oponer la violencia legítima, determina postergar su felicidad para entregar un trozo de ella a la comunidad adocenada que se refugia en el bar, barbería, iglesia y en el interior de sus casas sentados en las mecedoras de la mediocridad.

La venganza se desplaza en el tren mientras los integrantes de la banda observan el horizonte acariciando las armas con sus nueces aceitadas.

La cita con el destino es a la hora señalada. El Marshall recurre a los hombres para poder enfrentar a la banda que viene a cobrar venganza por una antigua condena. La respuesta es la cobardía misma, el miedo, los intereses creados (mi hogar, mi esposa, mis hijos, mi vida). La del otro no cuenta. Ese hombre de la ley que "limpió de forajidos el pueblo", no merece el apoyo solidario para luchar contra las dictaduras.

El reloj, la vía del tren, los rostros del temor y el cuestionamiento interior, el viento que barre las calles del poblado desierto, la angustia de la novia, el mea culpa del ex amor, las miradas vacías y sorprendidas de los pistoleros. Todo se precipita en el encuadre paulatino que va definiendo la acción hasta desembocar en el rostro del Marshall que observa con infinito desprecio al pueblo que emerge de casas, cantina, barbería, iglesia.

La estrella de la autoridad, se estrella contra el suelo polvoroso. Nunca más. Los cobardes y pusilánimes no merecen defensa. Los habitantes herméticos de podredumbre y servidumbre humana están allí estáticos mientras el sol del oeste cae sobre ellos. Ojalá que ese adolescente, el único que quiso colaborar con el Marshall, huya de allí. En ese muchacho está el futuro del New Deal para que la comunidad sea cada vez más justa y apoye las buenas causas, sin que los cuatro jinetes del apocalipsis puedan retornar para avasallarlos con sus dictaduras.

El Marshall y su esposa se retiran del pueblo. La cámara de Foreman-Zinnemann se eleva sobre la grúa para mostrar un futuro incierto que se debate entre el valor y la cobardía.

FIN

Copiapó, 4 de noviembre de 1998.