Hombres y gusanos

Eliseo Martínez

Se dice que para pintar un cuadro hace falta un lienzo, unos pinceles y pinturas. Para crear una película hace falta una legión de técnicos especializados, contar con un equipo e instalaciones complejas, cintas nuevas de películas, cámara tomavista, escaleras, equipo eléctrico, laboratorios, etcétera. Ahora bien, para pintar un cuadro bueno, que no genial, el pintor debe ser muy bueno, para pintar un cuadro genial, al pintor genial hay que esperarlo pacientemente, su obra pictórica genial. Para crear una película genial hace falta esperar pacientemente al director genial o llamarse Sergei M. Eisenstein.

Toda película que pretenda ser buena, en su montaje artístico, tiene una barrera. Otorgada el año de 1925 con la obra "El Acorazado Potemkin". No vale decir, "hombre, es que el cine de nuestro país... con películas de ese tiempo, ...no se le puede pedir más", o cosas por el estilo siguiente, "hombre,... es que es una película de bajo presupuesto". Excusas, simples excusas. El cine, tal vez como la vida, se puede clasificar entre hombres y gusanos...

Drama sobre cubierta

El drama del mundo puede estar en la cubierta de un barco: y esta lección la sabe muy bien James Cameron en el último "remake" de Titanic. En la proa de un barco, el mar, los actores, y el genio de Eisenstein muestran la epopeya que por angas o por mangas, es parte de nuestra cultura.. ¿Cómo es posible filmar un sueño? ¿Cómo cae un muerto hacia el mar y queda allí, suspendido en la soga?... esperando la sepultura de sus hermanos, que se lanzan al mar a rescatarlo. El drama sobre la cubierta es el drama de todos los Vakulinchuk del mundo. El drama del mundo, en ese entonces, estaba en la cubierta del Potemkin.

El muerto clama venganza

¿Y no es así? ¿los Polinice no claman su sepultura? ¿los insepultos no preguntan por el mundo: vecinita, vecinita, dónde está mi sepultura? La ciudad de Odessa escuchó la voz del muerto Vakulinchuk. Y de ahí nace la dinámica del mundo-Odessa, la solidaridad con los amotinados del Potemkin. Mirad con atención las estelas de los botes y veleros que van a ver al Potemkin amotinado, y nunca olvidéis este episodio de Eisenstein. Nunca olvideis ese mar de solidaridad en respuesta al muerto insepulto.

La escalinata de Odessa

Y aquí aparece una contradicción. Lo que pensaba Eisenstein de que el arte era para la revolución y debía representar el sentimiento de las masas, resulta que en definitiva la verdadera revolución "la más genuina, estaba en sus entrañas de celuloide". Como decir la frase mas revisionista "el arte por el arte". Y lo siento, pero "la escalinata de Odessa" es el arte en su estado más puro. Mirar esta escena una y otra vez, es estar mirando otra vez, a manera de parangón, por horas y horas el Guernica de Picasso. Me pregunto, ¿no hay influencia del Potemkin en el Guernica? Creo que sí. Por otro lado, ¿cómo diablos se puede hacer cine en una elevación de 35 grados, con peldaños más encima? La escalinata de Odessa es un patrimonio artístico de la humanidad.

El encuentro con la escuadra

Es la tensión, el suspense en su estado definitivo. Los rostros. Cientos de películas, sino miles, han imitado estos cuadros de rostros en espera. Ay! Hitchcock, mira que tan tarde venir a saber de tus trucos...

El encuentro con la escuadra, es el encuentro con el arte del cine. Se dice que el cine empieza en las cuevas santanderinas de Altamira, donde un cazador artista primitivo, pinta un bello jabalí policromo, con ¡ocho patas!, intentando darle movilidad, es decir cine. Se dice que el cine empieza el 28 de diciembre de 1985, en el salón Indie, en París, con los hermanos Lumière. Unos y otro podemos fijar fechas. En lo personal, el buen cine, el que ha marcado una tendencia haciendo diferencia entre hombres y gusanos, entre dramas charrasqueros y dramas en cubierta, entre muertos con salsa de tomate y muertos que claman venganza, entre filmaciones con luces de neón y en escalinatas de Odessa, y de encuentros y desencuentros en la solidaridad, empieza el año de 1925 con el acorazado Potemkin de Sergei Mijailovich Eisenstein (y conste, que no hago culto a la personalidad...)

 

En Copiapó, a dos de diciembre de mil novecientos noventa y ocho, a setenta y tres años del acorazado Potemkin.