Pásala de nuevo, Osman

Eliseo Martínez

Pues sí, una y otra vez la película "Casablanca" ha de ser pasada. Una y otra vez, como aquellos amores que perdimos y nunca olvidamos, y que sólo su calidad de gran amor es recordado con insistencia ocasional. No diríamos que "Casablanca" -sí, entre comillas-, es una película de amor ("El mundo se desintegra y nosotros enamorados"), bueno... es una película de amor, pero no es la película de amor de todos los tiempos. Podemos nombrar una decena de películas de amor que sí se pueden considerar como las películas de amor de todos los tiempos (estoy seguro que en un ciclo de cine organizado con esta característica, el organizador sin duda alguna incluye "Casablanca"...). "Casablanca" trata de la guerra, de la segunda guerra mundial ("Los alemanes iban vestidos de gris. Tú, de azul."). Trata de la lucha entre los aliados, incluso más que los aliados, yo diría entre la resistencia antifacista europea contra el fascismo aleman, incluido el colaboracionismo fascista francés de Petain... pero tampoco podemos decir que es la película antifascista de todos los tiempos. Podemos nombrar decenas de películas antifascistas realmente buenas, pero... ahí, por ahí el organizador de un ciclo de cine antifascista ha de incluir persistentemente a "Casablanca".

Como es de costumbre, o por lo menos esa es nuestra intención, en este ciclo de cine, Osman Cortés se encarga, preferentemente, de la apreciación cinematográfica de cada película, que de eso sabe mucho; y yo, que no sé mucho, me encargo, también preferentemente, del ambiente político-social-cultural del "tiempo real" donde está inserta la película. De las películas anteriores que hemos visto, creo que podemos llenar páginas y páginas, tanto de lo primero como de lo segundo. Pero... henos aquí, buscando la apreciación cinematográfica fría y buscando el entorno socio político cultural rígido... y no podemos concentrarnos en el trabajo, algo nos perturba... ¿qué es?. Simplemente la magia de "Casablanca". Pura magia. Y nada más que magia. Desde y hacia donde se le mire.

¿No es magia el cínico de Rick Blaine?, ex-combatiente a favor de la república española aplastada por Franco, luchador antifascista en Etiopía... y que nos hace pensar en las grandes luchas románticas de este siglo (por ejemplo, de los cientos de norteamericanos que integraron la legendaria Brigada Lincoln). De este Rick -que todos llevamos o quisiéramos llevar, cansado de luchar y huyendo, de un viejo amor, se va a regentar un bar perdido por el Africa del norte, en Marruecos... (a propósito, estando en España, conocí a unos cuantos estudiantes latinoamericanos que, en viajes de promoción, se las enfilaban para Casablanca, donde les mostrarían el Café de Rick, que -según la propaganda-, ¡aún existía!). Y regenta el bar más mágico que podamos encontrar, y es que no podemos dejar de preguntarnos: ¿cuántas veces no hemos querido que nuestros grandes problemas se resuelvan en el bar donde estamos echando una copa?. Y ahí estás. Pensando en tu amor, y mira por donde, entra a tu bar, de todos los bares del mundo entra al tuyo, y encima pide la canción con la cual te enamoraste de ella, y para rematarla te enamoraste de ella en París antes que entraran los nazis. Como decir, justo me enamore de ella antes que hicieran el golpe de estado, o me enamore de ella justo antes de que terminara el verano y ella es del sur, y yo tengo que volver para Chañaral. Es decir, del amor frustrado. De ese amor trágico que es mucho más frecuente en la vida real que en la película "Casablanca". Pero ahí esta el gran Humphrey Bogart, vestido como a ti te hubiese gustado estar vestido para las grandes ocasiones, jurando no volver a beber jamás acompañado, con un cigarro en la boca, sin sonreír jamás. Con la pinta que sólo la pueden tener dos personas en el mundo: tú y Humphrey Bogart. La Ilsa Lund Laszlo también es mágica. Con la explicación mágica que te dejó porque tenía que estar al lado del tío más cojonudo de Europa, que podía poner en jaque a todos los fascistas, y que no había campo de concentración que pudiese detener su lucha. Con esa explicación, ya no te sientes tan mal, y te resulta hasta doblemente orgulloso de tener una mujer así de buena, porque al final, a pesar de que te dejó plantado en París, o en Madrid, o en Copiapó, o en cualquier lugar que tenga un cielo hermoso y una calle de los libreros, resulta que no te engañó a ti sino al luchador Victor Laszlo, o... ¿fue a ti y no a Victor? En fin, es la magia de la mujer que se mueve entre dos mundos absolutamente válidos, algo así como entre el deber y el placer. ¡A tu salud querida Ilsa Lund Laszlo!, o como quieras que te llames para los Rick y Laszlo de este mundo.

Que más quisiera hablar de la técnica cinematográfica de esta película, o de repetir, con otras palabras, lo que tanto se ha escrito sobre "Casablanca". Quisiera explicar las repercusiones sicológicas tendenciosas de patriotismo en el canto de la Marsellesa, allí en el café de Rick. Pero ante esa imagen se gatillan las cuecas, llenas de patria, que nos bailábamos, cuando jovenes y no tan jovenes, en el "268", o donde la "Maria Galleta", o últimamente hace un par de años en el trasladado "Chañar" (donde me llevo el guatón Indey en un mes que no era septiembre). Porque, creo, que cualquier manifestación patriota, que no patriotera, sólo se hace en lugares donde nos encontramos todos para no preocuparnos del mañana, y mira por donde que nos tocan la fibra y entonamos la canción nacional, o nos bailamos una cueca, en el lugar menos indicado, donde sólo fuimos a tomar una copita antes de dormir. Y esa es la magia que muestra "Casablanca", que es descubrir los trucos de tu propia existencia.

Nuevamente me disculpo por no hablar del director, ni de los guionistas de "Casablanca" (apenas alcanzar a decir que estos últimos, los hermanos Epstein y Howard Koch pasarán a ser "Blacklist" en la época de McCarthy), ni hablar del ambiente en que se desarrollo esta película, y disculparme al contar los caminos personales que me conduce el camino de "Casablanca". Caminos que me hacen actuar conforme mi interlocutor responde a la archisabida frase: "creo que hoy es el comienzo de una buena amistad", y si me mira con sonrisa cómplice de cine, es que realmente iniciaremos la amistad hablando de cine, pero si me mira con cara de estudiante asombrado, como si le hubiese preguntado el teorema de Stokes, es que la amistad ya se acabo antes que la niebla cubra el caminar de Humphrey Bogart y Claude Rains, es decir poco antes de que aparezca la palabra fin.

Como la vez que dije allá, en Madrid, en el barrio de Argüelles, más precisamente en el bar La Hiedra, con mi gabardina del mismo color de la de "Bogie", y que todavía la tengo, a una chica que entraba: "de todos los bares del mundo, justo entras al mío". Y ella, presagiando la luna que vendría después de lo que no se vio entre Bogart y la Bergman, pero que tuvo que ser muy bueno, me contestó: "¿Y tú que hacías en el tiempo en que yo usaba frenillos?"...

Pásala de nuevo, Osman.

 

Copiapó, 18 de noviembre de 1998