No todo lo que brilla es tan regular

Aventuras de Burgos y Martínez

Capítulo único
El mesero del J. Cruz puso la chorrillana para dos, humeante, con sus papas doradas  brillantes alargadas y bien fritas, mientras los tres huevos fritos que cubrían la carne y el choricillo intentaban escapar del plato. Con parsimonia el mesero se dedicó a abrir el Merlot. Sabía Martínez que era batalla perdida intentar un Cabernet con Burgos. En eso jamás transaría Burgos, su Merlot, de cualquier viña, pero Merlot. Recordaba Martínez las dos largas horas por las calles de Tokio buscando un restaurante que tuviera Merlot. Eso fue hace mucho tiempo. Los tiempos en que hicieron una gran faena nada menos que a los hombres de la yakuza.
Beber y comer en silencio era lo mejor que sabían hacer Burgos y Martínez cuando andaban sin testigos. Para el asunto que los traía a Valparaíso no podían contar con el fiel ayudante de Burgos, Luis Montand. No, era un trabajo con riesgo. "No era justo", dijo Burgos cuando lo llamó por teléfono a Martínez. "Tienes que acompañarme por los buenos tiempos", le anunció por el auricular. "Retira el pasaje en la línea aérea, te paso a buscar al aeropuerto. Llegamos a Valparaíso, hacemos la faena y asunto arreglado."  Cuando Burgos le dijo el monto que engrosaría la escuálida cuenta corriente de Martínez, fue que quedó convencido que debería ayudar a Burgos.
Allí estaban. El trabajo fue muy similar al de París, hace ocho o nueve años atrás. Limpio, total el que roba  a un ladrón tiene cien años de perdón. Ninguna noticia en los diarios. Y se acumulaban para Burgos y Martínez algo de 1200 años de perdón a lo largo de sus correrías, y sin opción a guardarlos como comodines, ni poder gastar ni siquiera la décima parte de esos años. Ahora se relajaban comiendo en el J. Cruz. Y no tenían por costumbre comentar ninguno de sus trabajos realizados con éxito. Elegían otros temas para conversar. Después de comer, claro.
Cuando el camarero retira el plato sin ningún rastro de chorrillana, y pone el segundo Merlot, Burgos rompe el silencio culinario.
 - Cuánta regularidad tiene este local en sus vitrinas.
- No me vengas con el temita de las regularidades, mira que no tengo ganas de pensar -. Intentó cortar el rumbo de  la conversación Martínez
- Como quieras -. Era el anzuelo que tiraba Burgos. Tantos años le conocía. Y quedó en silencio.
Martínez no le respondió. "Esta vez no morderé el anzuelo", se dijo.
Burgos saca su parker falsificada (tenía hábitos atávicos), y empieza a garabatear en el mantel de hule de aquella mesa del J. Cruz. Martínez se dijo, "ya empezó, pero no voy a mirar".
Pero como siempre no lo pudo resistir. Burgos había garabateado los siguientes números separados por comas:

2, 5, 10, 17, 26, ...

- ¿Qué es eso? -. Preguntó Martínez -. ¿El teléfono de tu última novia? -. Bromeo.
-  Nada -. Contestó Burgos.
La verdad es que Martínez decidió morder el anzuelo porque ya tenía lista la respuesta. Siempre Burgos, para relajarse después de un trabajo "extra" buscaba las regularidades. Mientras que Martínez lo único que ansiaba era un JB con hielo, hubiera o no hubiera un antes o un después de un trabajo "extra". Y Martínez casi nunca podía resolver los problemas de regularidad que le lanzaba Burgos después de las riesgosas faenas. En otro momento sí, pero no después de...
- Venga, quieres que te adivine el número de la secuencia que has escrito, ¿verdad?.
- Te equivocas -. Le respondió-. Quiero que adivines el próximo número de la secuencia que yo estoy pensando -. Y subrayó con su voz el "yo estoy pensando", mientras se alisaba su eterna incipiente barba que ya anunciaba el tedioso invierno de los hombres que hace rato pasaron la línea del ecuador.
- Bueno, es lo mismo -. Dijo Martínez, mientras levantaba la mano para llamar la atención del camarero -. Un JB con hielo -. Le dijo al camarero.
- Como quieras, pero no es lo mismo. Dime el número de la secuencia que yo estoy pensando -. Nuevamente cargo las palabras en el "yo estoy pensando".
- 37 -. Dijo Martínez después de acabar rápidamente la copa de Merlot, temiendo que el JB que había pedido lo pillara ocupado. A Martínez no le gustaba que se le acumulara el trabajo.
- Buen número, ¿por qué dices que ese es el número que viene?
- Sencillo -. Respondió Martínez -. La secuencia que has escrito son los cuadrados de los primeros 5 números naturales más la unidad -. ¿O no? -. Declara con cierto orgullo Martínez.
- En efecto, para esos cinco números, pero yo te he preguntado por el número que viene en la secuencia que yo he pensado -. Replico Burgos con cierta pedantería mal ejecutada.
- Mira, déjate de payasadas, te adiviné el número y para mí está claro. Punto final.
- ¿Qué dirías si te dijera que el número que viene en mi secuencia es el 157? -. Y acto seguido, Burgos agrego el número a la ristra que estaba sobre el mantel de hule:

2, 5, 10, 17, 26, 157

Martínez se empezó a poner incómodo. Había caído en la trampa. Reconoció que era imposible que su colega de tantas aventuras le tirara un problema tan trivial. Carraspeo su primer sorbo de JB en esa noche. Ya le estaba cayendo mal Burgos. Debía ir con cautela. Pensó un momento, el tiempo justo para tomarse el segundo sorbo de JB.
- Dame los cuatro próximos números de tu regularidad, y ya veremos.
- Ahí van -. Y acto seguido Burgos los escribió en el mantel de hule:

2, 5, 10, 17, 26, 157, 770, 2585, 6802, 15221

Martínez reconoció su derrota, y mientras llamaba al camarero para otro Merlot de invitación a Burgos, tomó su tercer sorbo de JB, carraspeo y dijo:
- Y el que viene es el 30362.
Burgos, para rematar su victoria dijo -. Ya ves, no todo lo que brilla es tan regular -. Y se puso a reír, soltando un suave reguero de gotas de Merlot, como manguera de rocío, que chocaban con las partículas en suspensión que esa noche de invierno pululaban por el J. Cruz en Valparaíso.
 
Epílogo
Simple, ¿verdad?. Pues bien, ¿cuál es la ley de formación de los números que escribió Burgos en el mantel de hule en la mesa del J. Cruz, allá en Valparaíso...?