Aprendiz de brujo

Aventuras de Burgos y Martínez

Capítulo único
- A ver -le dice Luis Montand a Burgos- el resultado es 50, ¿cuál es el número que pensé?.
- Ocho -le dice con una sonrisa Burgos intentando contener la risa, y luego agrega-. Vamos, piensa otro número y dame el resultado.
- El resultado es 140 -entre enojado y asombrado exclama Luis Montand -. Esta vez no adivinarás.
- Veintiseis -responde Burgos, tratando con falso histrionismo de ponerse serio. Luis lo miraba con asombro, con infinito asombro, y trataba de escrutar el rostro de Burgos, sin saber el misterio que arrastraban las palabras de él.
Martínez venía llegando a la mesa del bar donde se encontraban bebiendo Luis Montand y Burgos. A pesar de que su cabeza estaba  apunto de estallar, producto de unos tres whiskies aviesos ejecutados en el Pub Oba de Temuco, ciudad donde residía Burgos y donde se encontraba Martínez a causa de una invitación de éste, había puesto atención al diálogo de los cuatro números entre ambos. Solía ocurrir a menudo. Burgos necesitaba la compañía de Martínez fundamentalmente para recordar los días que inexorablemente se iban alejando de su vida. Martínez, en virtud de su dipsómanos diálogos, que rapidamente, a medida que vacíaba un JB, se transformaban en monólogos, le recordaba los tiempos buenos y pasados en las calles de Europa. Luis Montand era un hombre tranquilo, diametralmente opuesto a estos dos aventureros, que había formado una cómplice amistad con Burgos, y gustaba mucho de escuchar, más que dialogar, con el rumano-temuquense, como a veces se autodenominaba Burgos.
- ¿De qué va la cosa? -preguntó Martínez a Luis.
- Que me dice que es un brujo -. Le dice Luis Montand mientras le continúa escrutando la cara a Burgos, deseando en su interior estalle la risa que intuye la está conteniendo, y de una vez por toda le cuente el misterio, o que le asegure de una vez por todas si realmente es brujo.
- Ya -. Le responde Martínez, mientras chasquea sus dedos buscando al camarero. Le pide un Bloody Mary. Trago que le trae recuerdos de las terrazas en Madrid, en los tiempos del verano por los años 80.
- Y dime Luisito, ¿no crees que es brujo? -. Agrega Martínez. Burgos deja de sostener la mirada con Luis y observa atentamente la próxima jugada que seguro sabe que viene de parte del hombre con la resaca a cuestas. Está a punto de reir, pero coge su eterna copa de Merlot, la bebe lentamente, y mira hacia la barra bajando sus lentes de combate contra la presvicia que avisaba que ya nunca más podría poner un hilo en el ojo de una aguja antes de tres intentos.
- Bueno, es lo que me ha dicho -. Responde Luis -. Me ha dicho que piense un número y luego que ...
- Para, para -. Exclama Martínez -. Que mi cabeza no está para escuchar galimatías.
- Efectivamente es brujo -. Dice mirando fijamente a Luis a través del brillo de neón de sus ojos, fiel reflejo de las luces del Pub Oba que aún no desaparecen del todo del rostro moreno de Martínez, mientras carraspea el tercer sorbo del Bloody Mary que con más insistencia le recuerda la vida existencial y profunda de su amado Madrid.
- Fue aprendiz de brujo en Mozambique -. Le insiste a Luis, y agrega -. Y tanto es así que a mi me enseñó sus lecciones de brujo.
Martínez siempre asociaba Mozambique con la brujería de Burgos, única manera didáctica de entender el cómo lograron escapar de una emboscada en los tiempos que fabricaban sus aventuras en ese lugar de Africa.
Luis mira a Burgos, intentando adivinar si el carraspeo que emitió hace nada era una risa contenida o estaba cateando su Merlot a punto de desaparecer en la copa. Luego mira a Martínez y le dice -. A ver, yo pensaré un número, te diré las operaciones que me indicó, le diré el resultado, él adivinará el número que pensé, y tú me explicarás  cómo lo hizo, ¿ya?.
- Haremos otra cosa mejor -. Dice Martínez -. Tú no me dirás que operaciones te indicó este temuquense tirado a brujo, simplemente dame el resultado y te diré el número que pensaste -. Mientras bebía el último sorbo de su primer Bloody Mary extrañamente los recuerdos de Madrid se diluian en esa mañana de Temuco.
- ¡Ja! -. Exclama Luis -. El resultado es 75, a ver aprendiz de brujo de segunda, ¿cuál es el número que pensé? -. Por primera vez en esa mañana Luis Montand emite una sonrisa anunciando un día muy hermoso -. ¿Cuál es el número, eh?-. Agrega, insistente.
Martínez se levanta, se dirige al mesón del bar, y pide el segundo Bloody Mary. Escucha la voz de Luis riendo.
- A ver, brujo de pacotilla, dime el número que pensé. Si ya sabía que son puros fantasmas ustedes ...
- Trece -. Dice Martínez, carraspeando después de darle el primer sorbo a su segundo Bloody Mary de esa larga mañana en Temuco.
Mientras Luis abre desmesuradamente sus ojos, se escucha una risa largamente contenida de Burgos, gotas en chorritos manguerados de Merlot se esparcen entre las moléculas en suspensión de aquel bar de Temuco.
- Me lleva el diablo, ¿cómo adivinó si ni siquiera sabe las operaciones que me indicó Burgos?
Epílogo
Pues eso, ¿cómo adivinó Martínez?... Ah, y cuáles fueron las operaciones indicadas por Burgos al bueno de Luis Montand.